 EL LIBRO QUE QUIERO LEER
CIEN AÑOS DE SOLEDAD, Gabriel García Márquez, novela, 1967
A pesar de que mucho se ha escrito sobre Gabriel García Márquez y Cien años de Soledad, cedo a la tentación de comentar sobre la obra máxima de la literatura latinoamericana del siglo XX, que ha sido catalogada por Mario Vargas Llosa como la Biblia latinoamericana.
Para no redundar en lugares comunes, divido mi análisis en cuatro aspectos importantes: la atmósfera fantástica, el simbolismo de los personajes, las referencias a la realidad colombiana y el estilo realista-mágico del autor.
Un narrador omnisciente, que viaja a través del tiempo y del espacio, es el encargado de presentar los fantásticos sucesos que van a ocurrir en un pueblo mítico: Macondo, nombre soñado por su fundador y que reúne las características de un paraíso o de un infierno de calor y pantanos, inhóspito y desconocido. Es a “orillas de un río de aguas diáfanas, que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” que se da la fundación de Macondo. En este espacio simbólico, se escucha el canto ensordecedor de los pájaros, se siente en la piel el calor del medio día, el olor de las ciénegas, el sudor de los cuerpos, en un juego de sinestesias, que el lector no puede dejar de percibir.
Los Buendía son seguramente la dinastía literaria más conocida. Son siete generaciones peculiares, que se reproducen con el miedo ancestral de engendrar el mítico niño con cola de cerdo, de las viejas predicciones. Los padres creadores José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, encarnan el idealismo y el materialismo, los sueños descabellados y el pensamiento objetivo y práctico, la búsqueda de un sentido superior frente a la tranquilidad de lo cotidiano. Los descendientes adoptarán los nombres de estos personajes. Circulan, entonces, en la historia varios José Arcadios, Aurelianos, Úrsulas, Amarantas, Remedios, que cargan una herencia de traumas, miedos, incestos, envidias, sabiduría, valor, locura, etc.
Todos ellos son peculiares: Melquíades, el gitano sabio que escribe los pergaminos sobre el origen y el fin de la estirpe; José Arcadio padre y su incansable interés por la ciencia; Úrsula, la madre proveedora, aquella que ve mejor aunque esté ciega; Aureliano, el militar sin formación que burló catorce veces a la muerte; Amaranta, la mujer yerma e incestuosa, Remedios la Bella y su extraña indiferencia hacia lo que le rodea, Pietro Crespi, el tradicional y eterno novio, Rebeca y su obsesivo deseo de comer tierra, José Arcadio hijo, gitano por adopción y que lleva sus pecados tatuados en todo el cuerpo. Los otros personajes complementan la ficción narrativa, muchos están ligados a la dinastía, otros no tienen el mismo valor en la definición de los patrones de vida de la comunidad.
Los hechos extraordinarios que se presentan en la obra, mezclados con alusiones a la historia de su país, justifican sobradamente el que se considere al Nobel Colombiano como el mejor representante del realismo-mágico. El narrador en tercera persona hace un recorrido por el tiempo. Sin que le importe mucho la cronología, recuerda al pirata Francis Drake que atacó Riohacha; luego, describe alegóricamente las guerras interminables entre liberales y conservadores, la llegada de la compañía bananera, que inundó el pueblo de extranjeros codiciosos, la represión y el asesinato a los trabajadores, la llegada de la modernidad, que rompe con la sencillez y la pureza del pueblo. García Márquez también dejó el sello de su patria caribeña, a través de la pintura de tradiciones como las peleas de gallo, la elección de reinas, los compases del acordeón, el eterno luto de las mujeres, etc.
Sin embargo, la magia supera a lo real, al lector no le queda otro camino que aceptar lo maravilloso como ingrediente de la cotidianidad: Macondo asolado por la peste del insomnio y después la del olvido; las apariciones sucesivas de Melquíades, el gitano que puede ir y regresar de la muerte y que lleva, desde países exóticos, inventos extraordinarios como el hielo, el imán, la dentadura postiza, que llenan de asombro a los pueblerinos. Tampoco pasan desapercibidos hechos como la lluvia de flores amarillas que alfombraron las calles y más tarde el cortejo de mariposas amarillas que acompañan a Mauricio Babilonia; así mismo el olor a pólvora, que no se puede quitar del cadáver de José Arcadio o el nacimiento de 17 Aurelianos de 17 mujeres distintas, eliminados en una sola tarde. Por si fuera poco, el diluvio que dejó a Macondo bajo el agua durante más de cuatro años, el viento de la destrucción y la invasión de hormigas que lo devoraron todo.
Esta suma de prodigios crea un escenario mágico, que se pone en valor gracias a algunas técnicas narrativas. Entre las más importantes están: el juego con el tiempo, que magistralmente lleva al lector de una época a otra y lo devuelve a la historia con frases recurrentes : “Muchos años después… habría de…”. Otra técnica propia del realismo- mágico es la hiperbolización, todo es desmesurado: la talla de los personajes, su virilidad, el oro que acumula Úrsula, el tiempo que espera Pietro Crespi por el amor, la reproducción de los animales, etc. Así mismo, se introducen personajes que aparecen en otras obras del autor, como “La Cándida Eréndira” que pasa por Macondo, para prostituirse y pagar la deuda a su “abuela desalmada”. No se puede negar el papel del humor, en todos sus niveles: verbal, de las costumbres, de las situaciones, que el autor maneja con genialidad. Todo esto unido a la gradación de lo narrado, como es el caso del viento, que comienza siendo una brisa leve y se convierte en un huracán apocalíptico, que termina con Macondo o a las hormigas, que devoran implacablemente la casa de los Buendía y al mítico descendiente con cola de cerdo.
Para concluir este análisis somero de una obra con tantas aristas, quiero transcribir para reflexión del lector, la última frase lapidaria del libro: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
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